Dos jóvenes fornidos se arrodillan sobre el hemisferio norte de la Tierra, cargando con un reloj de bolsillo sobre sus hombros. Por debajo o por encima, la leyenda "Grand Prix Milan 1906". El motivo es recurrente en los catálogos y notas de IWC hasta bien entrados los años veinte. Grabada en la parte posterior de las cajas de los relojes de bolsillo hay otra referencia al triunfo en la Exposición Universal de Milán de 1906.
Las exposiciones mundiales se pusieron de moda en la segunda mitad del siglo XIX. Eran importantes plataformas para los avances industriales y unos populares escaparates del progreso tecnológico. Después de la "Gran exposición de los trabajos de la industria de todas las naciones", celebrada en el Palacio de Cristal de Londres en 1851, se organizaron otros 40 eventos de este tipo en Europa, EE. UU. y lo que sería luego la Mancomunidad de Australia, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.
La primera vez que se registra la presencia de IWC en una exposición internacional es en Sídney, Nueva Gales del Sur, en 1879. Posteriormente, los relojes de Schaffhausen ganaron premios en numerosas exposiciones. El "Grand Prix" de la Exposición Universal de Milán de 1906 fue uno de los puntos álgidos de una larga serie de reconocimientos. Estaba claro que era un premio de un prestigio excepcional. El Boletín Oficial de Comercio de Suiza citó así los nombres de los ganadores: "Ganadores conjuntos de la medalla de oro: J. Häberli, J. Vogel y Urs Hänggi".
El "chef régleur", maestro relojero de la afinación, Jean Häberli ganó medallas de oro para IWC hace más de un siglo. En la actualidad, una tataranieta de Häberli trabaja en la fábrica de Schaffhausen
El técnico relojero Johann Vogel y el empresario Urs Hänggi, ambos nativos de Solothurn, son nombres prominentes de la historia de IWC. La pareja fue contratada por Johannes Rauschenbach-Schenk, cuyo padre había muerto en 1881, lo que le obligó a hacerse cargo de la dirección de la fábrica de relojes a la edad de 25 años. Otro personaje que hasta la fecha ha recibido menos atención es Johann alias "Jean" Häberli. Jean llegó a Schaffhausen en 1893 como "chef régleur" o maestro relojero de la afinación, también invitado por Rauschenbach.
Hijo de un humilde trabajador de la industria relojera de Reconvilier, en el Jura bernés, Häberli había aprendido el oficio desde abajo. Más adelante adquiriría su reputación de hábil afinador en la Seeland Watch Company de Madretsch, cerca de Biena. "Me presenté en Schaffhausen siendo un hombre de 38 años rebosante de salud", cuenta Häberli en sus memorias manuscritas, una copia posterior de las cuales ocupa más de 160 páginas densamente impresas.
Häberli plasmó por escrito sus recuerdos poco antes de su muerte en 1929 para sus 13 hijos, según explica él mismo. Sus anotaciones son una fuente interesante para conocer la historia social e industrial de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Ante todo, ofrecen una visión fascinante sobre el trabajo, los desacuerdos sobre cuestiones técnicas y los conflictos humanos que existían en las oficinas y los talleres de IWC de la época.
Como maestro relojero de la afinación, Jean Häberli era responsable de la exactitud de los relojes que salían de la fábrica. En aquella época, esta tarea era mucho más complicada que hoy en día. No se disponía de instrumentos electrónicos de medida que indicaran de manera inmediata si el volante tenía la amplitud correcta, si las alternancias –o semioscilaciones– que producía eran de la duración adecuada, o cuántos segundos al día se adelantaba o atrasaba el reloj en las distintas posiciones de prueba. Las únicas referencias con las que contaba Häberli eran un reloj de péndulo de precisión o un reloj de bolsillo. Lo demás era cuestión de conocimiento, experiencia, destreza manual e intuición.
Resultó que dos de mis relojes habían ganado premios al mejor de todo el año
IWC nunca presentó relojes especialmente preparados para los concursos de cronometría. Sin embargo, la fábrica enviaba periódicamente grandes cantidades de relojes de bolsillo a distintos observatorios, de Neuchâtel y otros lugares, para que llevaran a cabo ensayos de precisión. A menudo, los certificados de las pruebas incluían la observación "resultados especialmente buenos". En sus recuerdos del año 1895, Jean Häberli rememora orgulloso: "Resultó que dos de mis relojes habían ganado premios al mejor de todo el año". Tres años más tarde, escribe: "Además de mi otra tarea hercúlea, he hecho 171 cronómetros con informes de prueba de Neuchâtel y Ginebra". Los relojes con certificado de precisión emitido por un observatorio alcanzaban un precio mayor en el mercado por su "calidad prémium".
Jean Häberli tenía confianza en sus propias capacidades. Sus memorias no dejan dudas acerca de lo que pensaba de algunos empleados y encargados. "Veía que el jefe técnico era un incompetente", apunta en su discurso introductorio. Mordaz con la misma soltura en francés y en alemán, Häberli alude en repetidas ocasiones a los miembros del personal como "blagueurs" (bromistas), "filous" (granujas), o "traurige Finke" (pobres diablos). Häberli fijaba las mayores exigencias de precisión para los relojes de IWC a su cargo, y no tenía paciencia con las medias tintas. "No me sirve de nada una persona así, que se queda dormida mientras come", explica en una entrada correspondiente a 1898. En relación con todo un grupo de personas del taller, relata: "Fui muy directo con ellos. Haced lo que os digo, o fuera de aquí".
Häberli parece haber sido una especie de patriarca, pero cuanto más llevaba trabajando en IWC, más crecía su impresión de que la dirección no apreciaba plenamente su talento. "En mi corazón fue creciendo un sentimiento de injusticia", anota en 1908, dos años después del "Gran Prix" de Milán. Que le retiraran la medalla de oro por el éxito de Milán fue para él un insulto mortal. Presentó su renuncia, pero al día siguiente firmó un nuevo contrato con la firma "a la que había acabado sintiéndome tan apegado".
De hecho, tan apegado que cerca de un tercio de su numerosa familia llegó a trabajar para IWC en un momento u otro. El registro de personal de la época, que se exhibe a la entrada del museo IWC de Schaffhausen, muestra no solo a Jean Häberli, sino también a dos de sus hijos, Hans y Ernst, y a tres de sus hijas, Marie, Alwina y Mina. Ernst Häberli, nacido en 1886, siguió los pasos de su padre. Tras trabajar como aprendiz en IWC, se inscribió en la Escuela de Relojería de Neuchâtel en 1907, y en los años veinte llegó a ser maestro relojero de la afinación de IWC.
El propio Jean se resistía a retirarse, hasta que con 67 se jubiló, presionado por la amenaza del despido. "¿Qué podía hacer?", se pregunta en sus memorias. Pensaba que si seguía negándose a dejarlo, podría poner en peligro los puestos de trabajo de sus familiares en IWC. Erich Häberli, hijo de Ernst y nieto de Jean, recuerda que la versión familiar de los acontecimientos siempre fue que el abuelo solo accedió a retirarse a condición de que su hijo Ernst le sucediese.
A excepción de Ernst, ninguno de los numerosos descendientes de Häberli se mantuvo fiel a la fábrica. Sin embargo, cuatro generaciones más tarde, un descendiente del antiguo maestro afinador de IWC vuelve a trabajar para la empresa. Yvonne Caillet lleva 18 años trabajando en el ensamblado de movimientos, trabajando con movimientos del rango del calibre 5000. La primera vez que tuvo clara conciencia de estar emparentada con una conocida personalidad de la relojería IWC fue contemplando la vitrina del registro de personal, cuando vio la foto de Mina, hija de Jean Häberli. "¡Esa es mi bisabuela!" Lo que la convierte en tataranieta de Jean Häberli.
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