Si preguntamos a los relojeros cuál es su complicación favorita, responderán sin lugar a dudas que se trata del tourbillon. Pero es también una de las complicaciones más exigentes. Estrictamente hablando, este mecanismo resulta un tanto anacrónico en la actualidad. Y el tourbillon “volante”, una versión refinada de esta obra de relojería, está presente en el Portugieser Tourbillon Mystère, entre otros y, en realidad, no vuela. Lo que por supuesto sería una pena. En cambio presenta la forma más fascinante de este delicado mecanismo, algo que los conocedores saben perfectamente. Para ellos, existen dos tipos de relojes: relojes con tourbillon y relojes sin tourbillon.
Los objetos del deseo de estos conocedores cobran vida en el pequeño pero exclusivo departamento de especialidades de IWC, cuyos ventanales ofrecen una espectacular vista del Rin. Allí, los maestros relojeros como Hansjörg Kittlas montan diminutas piezas apenas visibles al ojo humano para crear mecanismos vivientes que se encuentran entre los objetos más hermosos jamás creados en el arte de la relojería, y que además, dado el inmenso trabajo de labor manual que requieren, son sumamente escasos. Por ejemplo, en IWC, entre todos los colegas de Kittlas, únicamente otros dos dominan las máximas disciplinas. Entre estas también se cuentan la repetición de minutos, el Portugieser Sidérale con su tourbillon Fuerza Constante y la Grande Complicación.
EN SU DEPARTAMENTO DE ESPECIALIDADES, IWC PRACTICA EL EQUIVALENTE RELOJERO DE LA FÓRMULA 1.
Pero por encima de todas ellas se encuentra el tourbillon, un pequeño montaje giratorio que late, y que ya no se esconde tras las cubiertas, sino que se exhibe ante la mirada del mundo. Toda una leyenda, y como tal nos plantea varios interrogantes. ¿Son mejores los relojes con tourbillon? ¿Por qué son tan valiosos? ¿Protegen al movimiento de la influencia de la fuerza de gravedad? Vamos a intentar responder una por una a estas preguntas.
El tourbillon es la solución inventada por el relojero parisino Abraham-Louis Breguet en 1795, ya que incluso sus relojes de bolsillo tenían una molesta tendencia a indicar la hora equivocada. Una gran contrariedad para un maestro reconocido de su oficio. Pero mientras que otros relojeros buscaron resolver el error a través de los materiales y los métodos de producción, Breguet prefirió buscar una solución alternativa. Y encontró una.
Pero antes, algo de teoría. Idealmente, en el escape de un reloj, el muelle de espiral y el volante se encuentran en perfecto equilibrio, es decir, el centro de gravedad se encuentra exactamente en el medio del eje. En la época de Breguet, el principal problema eran los errores en el centro de gravedad en el muelle de espiral y en el aro del volante. Las desviaciones en la marcha que se producen en las distintas posiciones como resultado de los efectos de la gravedad se van acumulando.
Breguet comprendió que si bien no podía eliminar el problema con los medios disponibles en ese entonces, era posible compensarlo. Y es allí donde radica la ingeniosidad de su idea. Breguet montó el escape y el sistema oscilante completo, incluyendo el aro del volante, el muelle de espiral, la rueda del áncora y el áncora, en una base en una delicada jaula de acero. El conjunto iba montado en cojinete, tanto en la parte superior como inferior, y el engranaje del reloj le permitía completar una rotación completa por minuto.
Pero esto no era suficiente. El escape de la jaula también necesitaba una fuente de energía. Con este fin, se montó la cuarta rueda, la cual suele impulsar la rueda del áncora, bajo la jaula y fijada a uno de los puentes. El piñón extralargo de la rueda del áncora pasa a través de un orificio en la sección inferior (giratoria) de la jaula y encaja con los dientes de la cuarta rueda fija, y prácticamente gira con la jaula alrededor de esta rueda. Esta disposición garantiza que, además de la rotación de la jaula, la rueda del áncora, el áncora, el muelle de espiral y el volante también se muevan dentro de la jaula.
Y fue así como Breguet logró contrarrestar la fuerza de gravedad. Puesto que durante los primeros 30 segundos de un minuto el reloj marcha lentamente, durante los 30 segundos restantes marchará aceleradamente a un ritmo que le permite compensar la irregularidad inicial. Presentado por primera vez en 1795, el mecanismo recibió protección por patente en París en 1801 como “Régulateur à Tourbillon”. La palabra tourbillon significa “torbellino”, y dadas las diversas secuencias de movimiento de la jaula y el escape, es una imagen que describe el mecanismo con bastante precisión.
Al mismo tiempo, para un relojero el trabajo realizado en el delicado movimiento es similar a una cirugía a corazón abierto. Es una labor que solo puede ser realizada por los máximos especialistas. Incluso en la actualidad. La complicación relojera por excelencia ha sido objeto de constantes modificaciones. Una de ellas puede ser atribuida a Alfred Helwig, encargado de la escuela de relojería Glashütte. En 1920, descubrió que el puente con el cojinete superior, montado sobre la jaula del tourbillon, bloqueaba la vista del mecanismo. Así que decidió mover el cojinete a la parte inferior del fondo de la jaula.
El invento de Helwig se conoce desde entonces como tourbillon “volante”, ya que parece flotar en el aire. Obviamente no es más que una ilusión. Con el Portugieser Mystère, los ingenieros de IWC llevaron esta idea aún más lejos: la sección inferior de la jaula, cuyos dientes exteriores enganchan con un piñón del tourbillon, ha sido elaborada con un metal negro ligero templado y anodizado. La jaula completa gira en un rodamiento de bolas estable de zafiro, lo que significa que la fricción es mínima. Este “espectáculo aéreo”, a falta de un término más apropiado, se desarrolla abiertamente en un fondo de color negro profundo: un “agujero negro”, tal como lo describiera uno de los relojeros. Mide 11 milímetros de diámetro. Y como por arte de magia, atrae las miradas curiosas.
En el departamento de especialidades de IWC, todos los días tiene lugar el equivalente relojero de una competición de Fórmula 1. Con la diferencia de que reina el silencio y se requiere infinita paciencia. Hansjörg Kittlas y sus colegas se sumergen literalmente en los estrechos espacios entre ruedas, piñones, tornillos y espirales. Usando sus pinzas prácticamente como grúas, colocan las piezas individuales en sus respectivos lugares, verifican sus funciones y, de ser necesario, las liman y pulen.
El tourbillon, con sus 82 piezas y escasos 0,653 gramos, se monta por separado en un pequeño puente.
De ser necesario, se montan arandelas de oro ultrafinas bajo los tornillos para garantizar el perfecto equilibrio del volante. La espiral Breguet, con su vuelta final doblada, se ajustada en su lugar, el áncora y el muelle de espiral se posicionan, y se realiza el montaje de la jaula de acero. El montaje del movimiento, un calibre 51900, es realizado por el mismo relojero. Según Kittlas, el momento más emocionante y que procura mayor satisfacción, ocurre cuando el tourbillon y el reloj funcionan juntos por primera vez: en otras palabras, cuando se conecta la energía del barrilete y del engranaje y el reloj funciona. A continuación, se desmonta por completo el mecanismo para ser aceitado y montado nuevamente. La totalidad de este proceso, incluyendo el montaje, es responsabilidad exclusiva de una sola persona.
El calibre 51900 extragrande oscila a una frecuencia de 2,75 hertz. Con un sistema de cuerda Pellaton dotado de trinquetes de cerámica, un rotor de cuerda en oro macizo y tornillos azulados, es parte del impulso de la empresa para crear una serie de nuevos movimientos manufactura. La reserva de marcha de 7 días es una ventaja en este reloj, si consideramos la visualización retrógrada de la fecha. Está claro que al fin y al cabo funciona mejor, a pesar de que en un reloj animado por los movimientos del brazo de quien lo lleva, el tourbillon ya no ejerce su función original. Puesto que hasta el más mínimo detalle representa el trabajo de un verdadero maestro con numerosos años de experiencia, ya no existe una limitación formal para esta exclusiva especialidad. La labor requerida establece la limitación.
Preguntémonos una vez más: ¿por qué sigue existiendo esta complicación en la actualidad? Tal como explicamos: hay relojes.
Y hay relojes con tourbillon. El solo factor de rareza significa que ver uno es tan probable como toparse con un tigre siberiano en la plaza de Fronwag de Schaffhausen. En cuanto al Portugieser Tourbillon Mystère, el posicionamiento de su característica más exclusiva como un “doce viviente” en el escenario que ofrece este clásico de 70 años de edad, es un festín para la vista. Dicho de otra manera: la función práctica del tourbillon ha dejado de ser importante hace mucho tiempo.
Hansjörg Kittlas, quien pasa gran parte de su tiempo libre rodeado de máquinas mucho más grandes, como su BMW de alto rendimiento, lo explica de esta manera: “Hay quienes tienen un acuario en casa y pasan horas contemplándolo porque lo encuentran relajante. Observar un tourbillon puede ser también una manera de alcanzar la paz y la tranquilidad en la vida diaria”.
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